Aun
recuerdo como si fuera ayer el amor que sentía por aquella mujer.
Sus cabellos dorados, sus ojos caramelo, su piel color canela, sus
múltiples sonrojos, su carismática voz. Pero sin duda lo único que
no podré olvidar hasta el día de mi muerte: Sus hermosos y dulces
labios, los cuales incluso en los momentos más difíciles estaban
sonriendo.
Ya
han pasado más de 40 desde aquel accidente en el que mi futuro, mi
amor, mi razón de vivir, ¡mi futura esposa! Murió. Los primeros
años después de que el accidente me arrebatara a mi amada fueron
los tristes y solitarios que jamás había pasado.
Nunca
podré olvidar aquel día, un día antes de nuestro aniversario de ya
8 años de noviazgo. El día en que le iba a pedir matrimonio.
Wendy, que así era como se llamaba mi amada, se fue a comer fuera de
casa con sus amigas del trabajo ¿quién era yo para para impedirle
eso?.
Al
cabo de horas después salió un comunicado en las noticias en el que
comunicaba como unos ladrones armanos con armas de fuego pincharon
las ruedas del coche de Wendy. Finalmente debido a aquellos disparos
su coche dió vueltas de campana hasta caerse por un precipicio. El
peor día de mi vida.
No
pude amar a nadie tanto como amaba a aquella persona. Y ahora en el
momento de mi muerte lágrimas rodaban por mis mejillas, ahora, de un
color pálido. Estaba llegando el momento de mi partida y eso lo
sabía, no tuve hijos así que mi muerte sería tranquila y sin nadie
a mi alrededor llorando por mi culpa.
Cerré
los ojos y respiré ondo, ya me costaba hasta respirar.
-Estoy
aquí- resonó una voz en mi cabeza, una voz que conocía
perfectamente. Sonreí
-W...Wendy-
Respondí sorprendido
Abrí
mis ojos rápidamente. No me podía creer lo que estaba viendo era...
¡era ella! No había cambiado en absoluto, estaba tal y como la
recordaba. Hermosa.
-He
venido a buscarte- dijo con una de sus típicas sonrisas,
exténdiendome una de sus manos.
La
acepté sin pensarmelo y por un momento sentí como mi alma era
despegada de mi propio cuerpo. Me giré sobre los talones y divisé
mi cuerpo ya sin vida pero con una sonrisa.
- Ahora si podremos estar juntos- Volvió a sonreir ella.
-S-sí
-respondí sin voz, no agunté más y me eché a llorar mientras
me abalanzaba hacia ella para abrazarla, ella correspondió a mi
abrazo de la misma manera entusiasta.
Ahora
podríamos estar juntos por toda la eternidad, ya ni el tiempo nos
impedía separarnos, ni la edad, ni nada. Teníamos la libertad para
vivir aquello que siempre intentamos formar y aunque suene un poco
irónico, me sentí más vivo de lo que había estado nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario